En el Museo Microgigante de Guadalest, un precioso pueblo alicantino de solo 220 habitantes, los visitantes suelen quedarse con la boca abierta al ver cómo un cuadro del Greco está pintado en un grano de arroz. También se puede encontrar la Biblia en un pelo. Desde tiempos inmemoriales, el ser humano ha soñado con miniaturizar todo su entorno. La tecnología ha avanzado mucho en los últimos años logrando reducir el tamaño de algunos de los componentes informáticos esenciales para el funcionamiento de los productos electrónicos.
Los teléfonos móviles, hubo un tiempo, que la tendencia era hacerlos cada vez más pequeño. Un desafío ahora sin sentido alguno visto lo visto, pero esa esencia por ver hasta dónde se puede llegar es un ritual vigente.
En su interior van cargados de mayores transistores y chips; más prestaciones a lo sumo. Por ello no es de extrañar que cada cierto momento surjan avances en nanotecnología aplicada al mundo industrial.
Uno de los últimos ejemplos es Michigan Micro Mote, un miniordenador con funciones simples que destaca, especialmente, por su tamaño; mide solo 0,3 milímetros, más pequeño que un grano de arroz.
Lo curioso es que este prototipo, además de ser funcional, incorpora en su interior su propio microprocesador y memoria RAM, así como receptores inalámbricos. Este pequeño equipo, curiosamente, tiene capacidad para transmitir y recibir datos, con lo que puede operar para ciertas actividades, aunque, extrañamente, no cuenta con un sistema de almacenamiento. Los investigadores de la universidad de Michigan (EE.UU.) creen que, pese a que no se atreven todavía a calificarlo como un «ordenador ad hoc»
Este minúsculo equipo puede ser útil para ciertos procesos industriales como la medición de temperatura de precisión para fines de investigación médica en enfermedades como el cáncer y glaucoma. A diferencia de los ordenadores tradicionales, se alimenta a través de energía fotovoltaica. Un pequeño paso, aunque dada su estructura cuando se desconecta pierde todos los datos.
Este minúsculo equipo puede ser útil para ciertos procesos industriales como la medición de temperatura de precisión para fines de investigación médica en enfermedades como el cáncer y glaucoma. A diferencia de los ordenadores tradicionales, se alimenta a través de energía fotovoltaica. Un pequeño paso, aunque dada su estructura cuando se desconecta pierde todos los datos.
La versión anterior, medía algo más, unos 2 x 2 x 4 milímetros, y mantenía su programación y datos incluso cuando no recibía alimentación externa. «No estamos seguros si deberían llamarse computadoras o no. Es más un matiz acerca de si tienen las funcionalidades mínimas requeridas», explica en un comunicado David Blaauw, profesor de ingeniería eléctrica e informática en la Universidad de Michigan, quien reconoce que los investigadores tuvieron que «inventar nuevas formas a la hora de abordar el diseño del circuito para que funcionara igualmente a baja potencia».
Dado que sistema es muy flexible, podría ser reutilizado para una gran variedad de propósitos, pero el equipo cree que puede tener una gran ventaja para necesidades en oncología - tiene un error de aproximadamente 0.1 grados Celsius-. El dispositivo convierte la temperatura en intervalos de tiempo, definidos con pulsos electrónicos. Como resultado, la computadora puede informar temperaturas en regiones minúsculas.
¿Se imagina, pues, que un futuro un médico coloca un sensor así en el ojo para analizar posibles patologías? «Dado que el sensor de temperatura es pequeño y biocompatible, podemos implantarlo en un ratón; las células cancerosas crecen a su alrededor», añade Gary Luker, profesor de radiología de la universidad. «Estamos utilizando este sensor de temperatura para investigar las variaciones en la temperatura dentro de un tumor en comparación con el tejido norma para ver si podemos aprovechar los cambios de temperatura para determinar el éxito o el fracaso de la terapia
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